martes, 16 de junio de 2015

Homilía Lanzamiento del Itinerario de Conversión Pastoral




Al despertar, dice el evangelio, José hizo lo que el ángel del Señor le había ordenado. En sus sueños José comprende que no es el tiempo de huir, de evitar o evadir el cometido, de esquivar el plan de Dios. Entiende que su sueño ha sido un momento reparador y que ahora ha llegado el tiempo de despertar, de hacer lo que Dios le había ordenado, de tomar conciencia de su propia vocación, de su llamado y aceptar el plan de Dios. Su tiempo no es el tiempo del letargo, del encerramiento, de la huida cobarde ni tampoco el tiempo del miedo ni de la duda sino de la fidelidad y de la entrega generosa, es el tiempo del testimonio y de la profecía. En este año de la Vida Consagrada, también nosotros como José sentimos este llamado de Dios que desde dentro nos invita a despertar...a salir de nosotros mismos para despertar al mundo y trasmitirles la alegría del encuentro con Dios.

Es tiempo de despertar…tiempo de la valentía, de la audacia, es tiempo de ponernos en camino, de inquietarnos, de interiorizarnos. La Iglesia reclama de nosotros los agustinos, en este año de la Vida Consagrada, inquietud, es decir, esta actitud agustiniana de salir siempre hacia Dios, de conocerlo cada vez más y hacerlo conocer a los demás; de estar siempre en camino, de estar siempre en tensión, de estar en una actitud de búsqueda constante. El agustino no se acomoda, nunca se detiene, no baja nunca los brazos, no renuncia nunca a sus sueños ni tampoco se conforma con los pequeños logros. Tiene siempre un corazón inquieto. Ya nos decía nuestro Padre san Agustín: Avancen, hermanos míos, examínense honestamente una y otra vez. Pónganse a prueba. No estén satisfechos con lo son si quieren llegar a lo que aún no son. Porque donde te consideras satisfecho de ti mismo, allí quedarás parado. Si dices basta, entonces estás acabado, añade siempre algo más, avanza sin parar, progresa siempre (S 169, 15y18), no te detengas nunca, que tu corazón no se pare nunca, no se adormezca porque el nos ha elegido para más. Te ha hecho grande y para que desees cosas grandes.

En este año de la vida consagrada queremos despertar no de cualquier manera sino al modo de Agustín, es decir, con un corazón inquieto, con un corazón que desea y anhela el encuentro con Dios, que suspira por una profundidad personal, que anhela que cada uno piense en su hermano antes que en sí mismo, que desea y se desvive por alcanzar una comunión de vida que lo haga sentir una sola alma y trasmitir y contagiar a los demás de esta inquietud, que no puede ser otra cosa que don y fruto del Espíritu. Los agustinos llevamos en la sangre esta inquietud y hoy queremos ponerla al servicio de toda la Iglesia.

Una inquietud que ha cambiado radicalmente la vida Agustín y que como el despertar de José lo ha hecho nacer a una vida nueva. No es posible entender la conversión de Agustín sin la interioridad. Interioridad y conversión van siempre de la misma mano. El se convierte porque se ha interiorizado y no se cansa de mostrarnos que el camino que nos conduce a una verdadera y autentica renovación es la interioridad. La interioridad es signo de conversión, es signo de cambio, es signo de una renovación auténtica, es signo de vida y de una vida que se abre a un futuro de esperanza. Deseo y pido a Dios al inicio de nuestro itinerario de conversión pastoral que nos dé un corazón siempre inquieto, que nos dé el corazón de Agustín. No nos cansemos nunca de buscarlo, no nos cansemos nunca de conocernos, de bucear en nuestro interior porque es en esta inquietud que encontremos la clave de propia nuestra renovación, de nuestro propio cambio.


Fr. José Guillermo Medina, OSA,
Vicario Regional.
Homilía de Lanzamiento Itinerario
de Conversión Pastoral
Pido y deseo que nuestras comunidades sean casas de interioridad, comunidades inquietas, comunidades misioneras, comunidades de periferia. No digamos nunca basta, abandonemos el cómodo criterio del siempre se hizo así conformista y mediocre. Por el contrario, los invito a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar nuestros objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de nuestras comunidades. Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo…No privaticemos el amor de Dios. No tengas miedo José, hijo de David, de tomar por esposa a María. No tengamos miedo de asumir esta misión que Dios nos ha encomendado como agustinos.  Pidamos a San José, Patrono de nuestra Orden, que el miedo no nos paralice, que la duda no sea mayor que la certeza, que el pesimismo mayor que la esperanza. No tengas miedo José…que estas palabras del ángel nos hagan despertar a la esperanza e inquieten nuestro corazón que, como en María, nos hace salir sin demoras a anunciar el evangelio, la buena noticia de Dios. Es tiempo de despertar, es tiempo de que nuestro vicariato despierte…es tiempo de ponernos en camino. No te detengas, él te eligió para más. 

Fr. José Guillermo Medina, OSA
Vicario Regional

Feliz Pascua de Resurrección 2015



A todos los hermanos del Vicariato:


El está donde se saborea la verdad. Está en lo más íntimo del corazón, pero el corazón se ha ausentado lejos de él. Traidores, vuelvan al corazón y quédense con Aquel que les ha creado. Manténganse en su compañía y alcanzarán estabilidad. Descansen en El y hallarán sosiego (Conf.  IV 18).

Volvé al corazón…Interiorizate…En este año de la vida consagrada, en repetidas oportunidades el papa Francisco, nos ha hecho el llamado a despertar al mundo poniendo al centro de nuestra existencia a Cristo. Busquen, queridos consagrados, nos dice el santo Padre, constantemente a Cristo, busquen su rostro, que El ocupe el centro de su vida, de manera que sean transformados en memoria viviente del modo de ser y de actuar de Jesús, como verbo encarnado delante del Padre y delante de los hermanos.

El año de la vida consagrada nos desafía a interiorizarnos y hacer de que otros puedan interiorizarse también. Este es el mejor testimonio que los agustinos podemos dar a la Iglesia de hoy y a nuestro mundo. La Iglesia nos pide hoy inquietud, interioridad. Es tiempo de la inquietud, de salir de nuestros nidos, de renovar nuestro encuentro personal con Jesucristo o al menos de tomar la decisión, de intentarlo. En el discurso programático del pasado Capítulo Ordinario, les recordaba que los síntomas que constatábamos en nuestra vida daban a entender que lo que estaba faltando en nuestras comunidades era la interioridad, un verdadero y renovado encuentro con Jesús y con nosotros mismos. Quisiera, queridos hermanos, que como Agustín, nos dejemos tocar por su mano, conducir por su voz, sostener por su gracia. No le tengamos miedo a Jesús, a encontrarnos con él, a dejarnos conquistar por él. No le tengamos miedo a nuestro interior, a conocernos, a asumir nuestras fragilidades e inconsistencias. El tiempo de la interioridad es el tiempo de dejar de mirar la paja del hermano para mirar la viga que tengo en el ojo. No tengamos miedo de hacernos cargo de nuestra vida…de asumir nuestra propia cruz. El te ayudará a cargarla. El verdadero discípulo de Jesús es el que es capaz de tocar la miseria humana como lo hizo Tomás, pero en las manos del Señor Resucitado; llagas llenas de miseria, pero sostenidas por el Señor, resucitadas por él, llenas de su gloria. Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente…la tuya primero para luego tocar la de los demás.

Hace unos meses hemos comenzado un camino nuevo. Dios nuevamente nos ha hecho salir para construir algo nuevo. Pero como Abraham, descubrimos que todo es una promesa, que nada está hecho…hay que empezar de nuevo…hay que empezar nuevamente a construir, a levantar el edificio…mi deseo es en esta nueva oportunidad que Dios nos ofrece podamos hacerlo cavando hondo los cimientos, que lo hagamos desde la interioridad, que lo hagamos desde Cristo. No empecemos por los techos o las paredes, o dando pequeños retoques…hagámoslo desde dentro, poniendo a Cristo como centro de nuestras vidas. Busquémoslo a él. Partamos desde Cristo.

Los relatos de la Resurrección de Jesús nos recuerdan que la comunidad nace, se construye y se fortalece en el encuentro con él. Ellos se sienten comunidad porque se han encontrado con Jesús y lo han puesto al centro de su existencia. El encuentro con el Señor Resucitado nos pone en marcha, nos empuja a salir de la auto-referencialidad. La relación con el Señor no es estática, ni intimista: Quien pone a Cristo en el centro de su vida, se descentra. Cuando más te unís a Jesús y él se convierte en el centro de tu vida, tanto más te hace él salir de ti mismo, te descentra, te abre a los demás (Alégrense…p. 26), te hace ser comunidad.

De esta experiencia pos-pascual, Agustín aprendió que la comunidad se hace de rodillas, postrado a los pies del Maestro, metiendo las manos en sus llagas gloriosas. La comunidad es el fruto de un largo proceso de conversión personal, de una inquietud del corazón. En este año de Gracia el papa Francisco nos exhorta a la inquietud de la búsqueda, como fue para Agustín de Hipona: una inquietud del corazón que lo lleva al encuentro personal con Cristo, que le lleva a comprender que ese Dios que buscaba lejos de sí es el Dios cercano a cada ser humano, el Dios cercano a nuestro corazón, más intimo que nosotros mismos (Alégrense…p. 27). Pienso que en esta inquietud esta la clave de nuestra renovación. La calidad de nuestra vida comunitaria crecerá y aumentará si nos tomamos en serio la propuesta de Agustín de volver al corazón, de tomar el corazón en nuestras manos. Podremos pensar en muchas reformas, pero si no reformamos primero nuestro corazón, si no ponemos a Cristo al centro de nuestra vida, el rostro de los hermanos seguirá siendo opaco y se nos hará más difícil descubrir en ellos el rostro de Cristo y los acontecimientos de la historia seguirán siendo ambiguos cuando no privados de esperanza. Nuestra vida comunitaria necesita recuperar esta dimensión contemplativa que hace que no nos quedemos empantanados en lo humano sino que tengamos una mirada que saber ver y escuchar en todo la presencia del Espíritu, y especialmente saber reconocer en el hermano la presencia de Dios. La dimensión contemplativa nos hace ser profetas de Dios.

Para este cuatrienio nos hemos marcado como objetivo fortalecer esta dimensión contemplativa al modo de Agustín, poniendo nuestro acento en la interioridad y especialmente, en este año, en la conversión del corazón. El camino de la conversión de Agustín se abre con una conversión, con una transformación del corazón, de sus sentimientos, de sus deseos, de sus aspiraciones, de su modo de dirigirse a Dios como lo describe él personalmente en el libro de las Confesiones. Su búsqueda de Dios se convierte en un primer momento en una exploratio cordis como un escalón necesario para la contemplación de la Verdad. Imitando a nuestro Padre, invito a todos los hermanos a hacer esta explotatio cordis, a entrar en el corazón, a escrutarlo todo entero, a mirar en lo profundo de ese corazón donde tenemos guardado tantas cosas, tantos sentimientos, tantos recuerdos, tantos anhelos, tantos deseos y que Dios lo ha elegido como su santuario para habitar en él. No tengamos miedo de entrar en nuestro santuario, de que él lo revuelva todo y lo reacomode a su modo. Habrá muchas cosas negras, cosas que no nos agraden, que no las queramos mirar, pero el Señor nos espera allí y es desde allí y desde esas cosas que quiere darnos vida nueva.


La alegría de la Pascua nos renueva y nos devuelve a la esperanza. Jesucristo ha triunfado sobre el pecado y la muerte y está lleno de poder. La resurrección es una fuerza imparable. Pido al Señor, y es mi deseo, para cada uno de ustedes, que esta fuerza imparable nos inquiete el corazón y nos haga salir a su encuentro; que el corazón se nos abra como la piedra del sepulcro, que la fuerza de la resurrección convierta nuestros desánimos en esperanza, nuestras tristezas en alegría, nuestros miedos y temores en valentía. Que el Señor Resucitado haga de nuestras comunidades, comunidades inquietas, casas de interioridad, sedientas del amor de Dios que hace que tengamos una sola alma y un solo corazón. No le pongamos resistencia a esta fuerza que lo arrasa todo. Dejémonos llevar por ella a dondequiera que ella desee llevarnos. No la detengas ni tampoco vos te detengas, que el te eligió para más. Busca superarte siempre, no te conformés con poco, mueve la piedra del sepulcro, avanza siempre más, buscá con el corazón de Agustín, porque el que busca encuentra.


Feliz Pascua de Resurrección.





Fr.  José Guillermo Medina, OSA

Vicario Regional

Homilía Misa de Clausura Encuentro Latinoamericano de Jóvenes Agustinos ELJA 2015



HOMILIA MISA DE CLAUSURA
ENCUENTRO LATINOAMERICANO DE JOVENES AGUSTINOS
BUENOS AIRES 2015 - BENAVIDEZ


Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que los aman, de aquello que él llamó según su designio…Dios nuevamente ha cumplido su palabra y ha dispuesto todas las cosas para que pudiéramos encontrarnos y vivir estos días de fraternidad, bien agustinianos, bien de raza agustina. Y todo lo hizo para el bien de nosotros, sus hijos amados. A la luz de las palabras de Pablo, cómo no leer e interpretar este encuentro como una caricia de Dios, como fruto de su providencia divina, como fruto del amor que Dios nos tiene y no se cansa nunca de demostrárnoslo. En su designio quiso que nos encontráramos, agustinos venidos de todas las partes de Latinoamérica para hacernos sentir su llamado, para hacernos sentir que el nos ha elegido para mas.  

Te elegí para mas… nos susurra Jesús a nuestros oídos. Nos lo hemos repetido tantas veces entre nosotros…Te elegí para más es la frase que poco a poco ha ido calando hondo en nuestro corazón y que ahora, en este momento de clausura, espera producir sus frutos. Pero antes de pasar a los frutos, nos permitamos un último momento para volver sobre estas palabras con las que Jesús ha querido hablarnos en este encuentro. Sobretodo los invito a pensar ahora en la última parte de la frase, en el para más. ¿Qué significa para más? ¿qué es lo que Dios quiere decirnos eligiéndonos para más?

Más, en la lengua latina, tiene dos posibles vocablos, sinónimos entre sí. El primero es el adverbio latino conocido por todos como Plus que significa algo que excede, que está fuera de lo normal,  algo fuera de lo acordado, es el sobresueldo. El plus es en otras palabras lo que marca o hace la diferencia. Esto quiere decir que cuando Jesús nos llama, nos elige, nos separa, lo hace para que seamos diferentes, para que marquemos un diferencia, para que seamos testigo de algo nuevo, para que seamos el plus de Dios. ¿Por qué tus discípulos, le preguntaban los fariseos a Jesús, no se purifican, no observaban el sábado, no son como los discípulos de Juan? No porque eran revolucionarios, ni tampoco trasgresores de la ley, sino porque sus vidas habían sido marcadas por el encuentro con Jesús que los había hecho diferentes. El encuentro con Jesús nos cambia la vida, nos saca de la rutina, de lo de siempre para hacernos entrar en la dinámica de lo nuevo.  Y desde eso nuevo, nos llama a ser signo, a ser ese plus, a ser profetas, a ser esos “bichos raros” que se interrogan e interrogan a los demás con sus vidas. La comunidad agustiniana siguiendo el modelo de las primeras comunidades, que con su vida despertaban el estupor y la admiración, no puede negociar de ninguna manera este plus y terminar mezclándose y siendo lo mismo que los demás. El pueblo de Dios tiene hambre de lo nuevo, de la novedad del Evangelio y Jesús nos envía a comunicar esa novedad…eso nuevo y por eso nos ha elegido para más. Queridos jóvenes no tengamos miedo a lo nuevo. Dejémonos tocar por aquel que hace todas las cosas nuevas. Seamos en medio de nuestra sociedad signo, fermento de la novedad del evangelio.

El segundo termino latino utilizado para más es el adverbio magis que significa grande. Te elegí para más tiene por tanto también el significado de una llamada a ser grandes. La elección de Jesús es para una grandeza…El nos ha elegido para que seamos grandes, para cosas grandes, para que aspiremos, para que deseemos cosas grandes. El Papa Francisco en un discurso a los jóvenes les recordaba que el corazón del ser humano aspira a grandes cosas, a valores importantes, a amistades profundas. El ser humano aspira a amar y ser amado. Esta es la aspiración más profunda, nuestra aspiración: amar y ser amado. Agustín reconoce en sus confesiones que lo único que buscaba en su vida era amar y ser amado, se descubre deseando esta grandeza y esto es lo que él le llamaba como felicidad. En su vida había descubierto otras grandezas, pero ninguna de ella llegó a saciarlo como la de ser amado por Dios y amar a los demás.

Eligiéndonos, el Señor ha sembrado en nosotros ese deseo del amor que mantiene inquieto nuestro corazón hasta no descanse en el amor de Dios que es lo más grande que hay. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos y ustedes son mis amigos. Jesús nos ha hecho suyos para amarnos…y cuánto nos cuesta creerlo…creámoslo porque es verdad...y nos eligió para amar como él nos amó. El envío de Jesús es un envío del amor para el amor: mi mandamiento es que se amen los unos a los otros como yo los he amado y por eso y para eso nos ha elegido para más…para esa grandeza. Agustín ha descubierto en esta grandeza el peso de su vida, su sentido, su dirección…mi amor es mi peso y por el soy llevado a dondequiera que vaya. En el amor ha querido fundamentar su proyecto de vida comunitaria porque es sólo el amor que puede hacer de muchas almas y muchos corazones, una sola cosa. La vida comunitaria, la fraternidad, la amistad tiene sentido porque nos hacen aspirar hacia lo grande…porque nos permiten vivir plenamente el doble mandamiento de Jesús del amor a Dios y el amor al prójimo, el primero y el más grande de todos los mandamientos.

Homilía de Clausura del ELJA 2015
en el Patronato de la Infancia, Benavidez.
Jóvenes agustinos no nos dejemos ni apagar ni robar nunca este amor que nos inflama, que nos hace ser grandes, que nos hace ser uno como el Padre y el Hijo son uno, que nos hace ser comunidad, que nos hace ser hermanos, amigos de Dios, que nos hace ser verdaderamente felices, que nos realiza plenamente. No dejemos que nos confundan ni nos engañen vendiéndonos otras grandezas, ni cambiemos la grandeza de Dios por otras grandezas, grandes por fueras, pero pequeñas por dentro. Ni tampoco le tengamos miedo a su amor y a comprometernos con él. Dios te quiere…y qué bueno se siente cuando uno es querido por Dios; dejáte querer y sé instrumento de su amor.


Te elegí para más…, pido a Dios que nunca nos olvidemos de estas palabras y que al regresar a nuestras comunidades podamos susurralas a los demás de modo que juntos podamos despertar al mundo al amor de Dios, a esta grandeza, a este plus que como bien lo dice la palabra es un derroche de Dios que en su bondad nos quiso regalar. 

Fr. José Guillermo Medina, OSA
Vicario Regional

Palabras del P. Vicario Regional por la Festividad de la Natividad del Señor 2014




¿No falta poco, muy poco tiempo, para que el Líbano se vuelva un vergel y el vergel parezca un bosque? Aquel día, los sordos oirán las palabras del libros, los ojos de los ciegos verán…(Is, 29-17-24).

Queridos hermanos, la llegada del Señor es anunciada en las Sagradas Escrituras como una revolución en términos cosmológicos, metafísicos y antropológicos. Todo el universo se estremece desde los astros del cielo hasta el mismo niño que dentro del vientre de Isabel salta de gozo y alegría al ser visitado por el Señor. La visita del Señor lo revoluciona todo, nos cambia la vida, nos trasforma, los sordos oyen, los ojos de los ciegos ven, los humildes se alegran porque se acabaran los insolentes y tiranos. Su presencia rompe con el orden establecido para establecer un nuevo orden y por eso quizá también nos desubica, nos desorienta precisamente porque nuestros planes no son sus planes.

La Navidad, que muy pronto celebraremos, nos desafía a dejarnos invadir por el Señor y dejarnos cambiar por él. Los santos Padres de la Iglesia hablaban de la Encarnación como έπιδημίά (que etimológicamente significa enfermedad que afecta a todo el pueblo). El misterio del nacimiento de Jesús interpretado de esta manera era vivido como una gran epidemia, una contaminación divina y sus efectos eran considerados tan devastadores y letales como los de una verdadera enfermedad. Mi deseo para esta navidad es que nos dejemos contagiar del virus de Dios. Hagamos que Dios se “viralice”, se expanda en nuestros corazones, en nuestras comunidades; que lo tome todo y lo transforme todo. No nos resistamos a su epidemia de amor, de ternura, de misericordia; dejémonos abrazar, devastar y arrasar por él; dejemos que Dios haga su revolución en nuestro interior. No le tengamos miedo al cambio, a la transformación, a la novedad de Dios, es mas, si sentimos que todas estas cosas están sucediendo, si sentimos que nuestro corazón se revoluciona, alegrémonos porque la hora ha llegado y el Señor ha comenzado a entrar en tu vida. 

La Navidad también nos recuerda que la divinización, la santidad comunitaria se alcanza haciéndonos más humano. La epidemia se apropia de lo humano y lo transforma desde adentro; toma contacto con la carne y se hace uno con ella. Seguir a Jesús es seguirlo también en su encarnación, en este acto de desprendimiento, anonadamiento, de kénosis, de entrega y donación; es seguirlo en esta apropiación de lo humano para transformarlo todo. Su encarnación le ha permitido salir de su mundo para ponerse en el lugar del otro y asumir su carne. De esta manera se ha hecho solidario; se ha hecho el buen samaritano sensible a las necesidades del hombre, a sus preocupaciones y anhelos. La Navidad, en este sentido, es el tiempo para aprender, como Jesús, a ser más humanos, a ser más sensibles y a comprometernos más con nuestros hermanos; la Navidad nos desafía a dejar de pensar desde nuestros egoísmo para vivir en la caridad que sabe anteponer las cosas comunes a las personales, que sabe de sacrificios, de paciencia y de tolerancia, que sabe de dolor. Mi deseo es que la presencia de Jesús en medio de nosotros nos haga más humanos, más fraternos y que la epidemia del Señor haga de nuestras comunidades más humana, comunidades de carne, más sensibles y fraternas. No me canso de repetir, nos dice el Papa Francisco en su carta por el año de la Vida Consagrada, que la crítica, el chisme, la envidia, los celos, los antagonismos, son actitudes que no tienen derecho a vivir en nuestras casas. Pero, sentada esta premisa, el camino de la caridad que se abre ante nosotros es casi infinito, pues se trata de buscar la acogida y la atención recíproca, de practicar la comunión de bienes materiales y espirituales, la corrección fraterna, el respeto para con los más débiles[1]...La encarnación nos invita a hacer de la caridad nuestro camino. Vivamos, hermanos, en la caridad; dejemos que ella, que está tocando a nuestras puertas, entre en nuestras vidas y en nuestras casas; dejemos que el amor de Dios se derrame en nuestros corazones como el rocío a la aurora. Sean, pues, hombres de comunión, háganse presentes con decisión allí donde hay diferencias y tensiones, y sean un signo creíble de la presencia del Espíritu, que infunde en los corazones la pasión de que todos sean uno (cf. Jn 17,21). Vivan la mística del encuentro: la capacidad de escuchar, de escuchar a las demás personas. La capacidad de buscar juntos el camino, el método…[2] Deseo que el encuentro del Señor nos lleve a encontrarnos con nosotros mismos y entre nosotros y  a vivir esa mística del encuentro que como el venida del Señor también nos cambia la vida, nos hace ver las cosas de modo diferente porque ya no lo hacemos solamente desde nosotros sino también desde la periferia desde donde el dolor de mi hermano es mi dolor, su alegría es mi alegría, sus anhelos son los míos.

No temas, yo vengo en tu ayuda. Tu eres un gusano, Jacob, eres una lombriz, Israel, pero no temas, yo vengo en tu ayuda…(Is 41,13). Las palabras del Profeta nos llenan de esperanzas porque el Señor viene para ayudarnos aunque seamos gusanos o lombrices, pero al mismo tiempo también nos ubican, nos hacen tomar conciencia de nuestra realidad, de lo que somos y de que no podemos seguir confiando en nuestras propias fuerzas. La Navidad nos invita a confiar en el Señor, en ese tierno niño depositado en el pesebre, pobre e indefenso, pero lleno de fuerza y poder de la gracia de Dios. No le tengamos miedo, dejemos de confiar en nuestros fuerzas, nos arrodillemos delante de él, confiemos en él; que el orgullo se arrodille, la soberbia se doblegue para adorar a nuestro redentor, el que hace posible todas las cosas, en el que confiamos nuestro futuro, nuestras angustias y esperanzas.

En esta nochebuena quiero hacer mía la oración de Jesús que dice: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque, habiendo ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes, las has revelado a los pequeños. En este día de gozo quiero agradecer a Dios nuestro Padre por la vida de cada uno de ustedes; agradecerle porque nos ha elegido desde nuestra pequeñez para manifestar con nuestra vida su misterio de salvación. Y los invito a que, desde esta pequeñez, le ofrezcamos toda nuestra vida, no nos reservemos nada. Dios no te pide que seas grande sino pequeño y que des con generosidad desde tu pequeñez. Que esta sea la ofrenda que pongamos a su pies a nuestro Rey que viene a salvarnos.

Una feliz y santa Natividad del Señor.  




Fr. José Guillermo Medina, OSA
Vicario Regional




[1] Carta Apostólica Del Santo Padre Francisco A Todos Los Consagrados Con Ocasión Del Año De La Vida Consagrada.
[2] Idem